Sí. Lo confieso. Yo también lo he hecho. He salido una noche y he cogido el coche con unas copas de más. No es muy agradable confesar una metedura de pata, y en este caso la irresponsabilidad pudo haberme costado muy caro, pero servirá como inauguración para esta sección en la que iremos contando nuestras experiencias y las vuestras cuando nos sentamos al volante.
Tan sólo fue una vez. Estaba en una fiesta del trabajo y me tomé unas cuantas copas, cosa que también hizo la persona que, en un principio, debía conducir. Tras muchas risas, mucha fiesta y demasiado alcohol, la persona que iba a conducir se encontraba demasiado indispuesta como para meter la llave en el contacto. Así que me vi, sin comerlo ni beberlo sentada frente al volante de un coche que no era mío y con un nivel de alcohol en sangre lo suficientemente elevado como para que mis pies no fuesen capaces de diferenciar cual de los tres pedales era el acelerador.
El trayecto desde la calle Alcalá hasta
Hubiese querido contar la historia con todo lujo de detalles, pero es posible. Recuerdo las calles, recuerdo los semáforos en rojo que me salté y recuerdo ver la velocidad que alcanzamos,
Y sí, sentía euforia. Estaba eufórica y me sentía capaz de todo, incluso de ser yo la que dominase al coche, pero resulta patético recordar desde la sobriedad que, lamentablemente, la máquina, si no me dominaba a mí, al menos no se dejaba domar, a decir la cantidad de veces que el motor se caló en los pocos semáforos que respeté.
La sensación de cruzar las calles de Madrid a esa hora y en ese estado era fantástica, pero era absolutamente irreal, creía estar comtándome como una experta conductora cuando realmente estaba cometiendo todas las infracciones que se puedan cometer al volante. Si me hubiesen pillado no me hubiesen quitado 6 puntos,sino que se habrían asegurado de que no pudiese tener permiso de conducir ni en Burkina Faso.
Porque, al final, es curioso, siempre pensamos en eso; en el ‘si me pillan’, en la multa que nos pueden poner y en lo que supone la retirada temal de nuestra licencia de conducción. Pero se nos olvida algo: podemos pensar en eso al día siguiente, que, fortuna, esta vez ha habido día siguiente en vez de ‘día después’.
Y vuelve la promesa de ‘no vuelvo a beber’ y lo decos en serio, completamente convencidos, que la resaca es tan insotable que parece que una apisonadora nos ha pasado enca y nos ha dejado incrustados en el sofá de casa.
Pero volvemos a hacerlo. Lo repetos tantas veces que llega un momento en que la culpabilidad que sentos haber cometido la locura de coger el coche y llevar a alguien más con nosotros, cuando ni siquiera somos capaces de hablar, desaparece y ya no sentos nada. Yo aún no he olvidado lo mal que me sentí a la mañana siguiente cuando fui consciente de lo que hice. Llamadme mojigata si queréis, pero aún tengo días en los que determinadas cosas me hacen sentir culpable. Así que, aprovechando la culpabilidad, me he prometido a mí misma, cual propósito de año nuevo, no volver a hacerlo ‘nunca mais’.
Vivir para Contarla…
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