El ego del juez Garzón es tan gigantesco que muchas veces da la sensación de que en la Audiencia Nacional solo existen él y sus casos. Al destapar casos históricos como la Operación Nécora y el desmantelamiento de los cárteles de la droga en Galicia, el caso GAL que consiguió llevar a la cárcel al ex ministro José Barrionuevo y a Rafael Vera, su afán de notoriedad fue subiendo tanto como sus fracasos en las instrucciones sumariales prácticamente posibles de llevar a cabo. Cuando inició la cruzada los desaparecidos de Chile y Argentina (casi cincuenta mil personas entre ambos países) el mundo entero aplaudió su coraje. Al poco tiempo tuvo que tomar un año sabático en la Universidad de Nueva York, no se sabe si para esconderse, o para pulsar su fulgurante carrera hacia la Presidencia del Tribunal Internacional de la Haya, o al Premio Nobel. Y como nadie puede frenar su empeño, se ha lanzado a otro de sus posibles procesos penales. Pretende esta vez, suplantar el papel del Estado, que ya dictó en su día una Ley de Amnistía y recientemente una de Memoria Histórica, y abrir él solito, una una, las innumerables fosas donde reposan los huesos de centenares de miles de cadáveres de represaliados el franquismo, en su inmensa mayoría, durante y tras la Guerra Civil Española. Sentar en el banquillo a Franco y a todos sus generales. ¿Querrá meter en la cárcel a los supervivientes de una guerra que terminó hace más de setenta años? Y si su intención es lavar la memoria de los familiares de los fusilados indiscrinadamente, ahí tiene una Ley de Memoria que no pocos problemas ha dado al Gobierno socialista precisamente la dificultad de ponerla en marcha.
Pero quizá no vaya tan descaminado el megajuez. Porque con este proceso se asegura el apoyo emocional de miles de familias afectadas, que tienen todo el derecho del mundo a pedir que sus antepasados no reposen en tumbas anónas, ni que en las placas conmemorativas de los pueblos falte del nombre de los caídos en el bando republicano. Y mientras esto sucede, ríos de tinta y miles de columnas, hablarán, de una parte a otra del planeta, con mayor o menor conociento, del superjuez que luchó contra Pinochet, la Junta Argentina y el Franquismo. En ese totum revolutum, el megalómano magistrado se asegura una gigantesca propaganda. Y mientras el dinero público se malgasta en éstas y otras ínfulas judiciales, para los de a pie el espectáculo de la Justicia sigue siendo lamentable. Desde el inútil proceso al franquismo ya viciado de origen, hasta la cerrazón corativa de toda la judicatura en defensa del juez Tirado incapaz de pedir que un condenado violase y asesinara a la niña Mari Luz, pasando la huelga judicial de funcionarios, que ha paralizado una Justicia que ya de sí es lenta, ineficaz y colapsada. Eso sin olvidar los dos años que estuvo el CGPJ sin magistrados divergencias entre los partidos políticos. Genial.
CONCHA MINGUELA, directora de ‘Gente en Madrid'