Hoy les voy a contar un cuento. Érase una vez, una Señora con nombre de Reina y apellido de recipiente, que no tenía otra cosa mejor que hacer y decidió escribir un libro para niños. Para poder hacerlo, cogió papel reciclado, una pluma del llamativo sombrero que había llevado en la boda de una de sus hijas, y también el tintero de su marido, en el que ya no había tinta de tanto cargar y descargar la estilográfica. Confusa, y sin saber que hacer, ante tamaño inconveniente, llamó teléfono a su yerno, que estaba en un hospital acompañando a un amigo italiano al que habían agredido el día anterior, que se la quitó de enca con una excusa pueril. Lejos de caer en el desáno, pensó en una nueva solución, esta vez definitiva, para ello, dirigió sus pasos, muy decidida ella, hacia la cocina de la casa y abrió el frigorífico, donde dormitaba un pacifico calamar a punto de congelarse, que ser pacifista, se dejó exprir las hábiles manos de la dama el viscoso líquido de color azabache que llevaba en sus turgentes cas de cefalópodo, eso si, sin oponer resistencia, con lo que la nueva Gloria Fuertes, muy contenta ella, pudo fin ponerse a la labor que se había propuesto. Después de varias horas de intenso trabajo, exhausta pero satisfecha, tenía ante sus ojos el fruto de su trabajo: He aquí mi obra maestra, se dijo a si misma, y sin pensárselo dos veces, llamó a su editor para que le publicase el libreto. Cosa que hizo, sin dudarlo, aquél que tanto debía a la familia política de la tardía autora. Ayer, pudos tener el texto en nuestras manos y pedirle su inmortal autógrafo a la escritora. Pronto, el resto de los mortales, ¡no se amontonen, oiga!, podrán disfrutar de ese privilegio. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”. ¿Han entendido Vds. algo? ¿Les ha gustado nuestro sin par estilo literario? ¿Si? ¿No? Supongo que cuando se lean el nuevo libro de Cuentos de Ana Botella, tendrán las mismas sensaciones. ¡Feliz Navidad!