Oasis of the seas es el crucero más grande del mundo, a cargo de Royal Caribbean (RCC). Sus medidas son vertiginosas, 65 metros de altura, que se extienden en forma de arco a los largo de 360 metros, con un peso de 220.000 toneladas. Y es que es posible divisar a un tiempo la proa y la popa.
En él se pueden alojar más de 5.000 pasajeros y 2.322 tripulantes. Además de tener un centenar de suites con piano de cola y 2.700 camarotes dobles. Tiene cincuenta bares y restaurantes; una decena de pistas de baile; diez jacuzzis y piscinas para hacer surf; una pista de hielo y campo de minigolf; un casino amenizado con espectáculos de Las Vegas; un teatro con musicales de Broadway y un sinfín de exclusivos servicios.
Sin duda, el Oasis es una coctelera de acero en la que se combinan los servicios de un macro hotel de vacaciones, las ofertas de una gran superficie comercial y las posibilidades de ocio de un parque temático. Lo más llamativo de este crucero es que es un auténtico negocio. ¿Por qué? Se producen intercambios constantes. Todo se compra y se vende libre de puestos.
Algo tan grande debe ser muy inestable. Es lo que se piensa cuando se ve esta monstruosidad sin límites. Ni mucho menos. Esta maravilla incora los sistemas de navegación de un navío de guerra, la seguridad tecnológica de un avión comercial y los sheriffs de una ciudad americana si se sobrepasan las reglas.
La clave del negocio es la rotación del pasaje, es decir, mientras 5.000 personas embarcan, otras 5.000 personas abandonan el barco. Por este barco pasan miles de pasajeros. Entre los 17 pisos y la treintena de ascensores transparentes fluyen glamour, elegancia y, sobre todo, exclusividad.
Este jugoso negocio de la venta a bordo se redondea con la visita del barco a islas privadas propiedad de las navieras: espacios alquilados a los Estados caribeños y blindados a la población de esos países, donde los buques hacen escala. Y es que el Oasis atraca 12 horas en Labadee, en un extremo perdido de Haití.