Así las cosas, las tertulias refuerzan su posición en las parrillas de las televisiones como antes lo hicieron en las programaciones de las radios. Incluso los programas televisivos, dedicados a las vísceras, han descubierto una formula de éxito, a modo de extensión de las tertulias –desde siempre eminentemente políticas, para realizar programas cuyo única razón de ser es airear la mierda de una clase social intrascendente que se convierte en referencia o divertento de ese mundo anóno e insatisfecho que ostenta el mérito de configurar la masa de un país.
Comenzaron las tertulias hace más de una década en la radio para más tarde aposentarse en la televisión y desde entonces, pocos dudan de que se han convertido en idearios de muchos ciudadanos que suelen asumir como propias las grandes declaraciones que pronuncian los llamados tertulianos o contertulios.
Siendo así las cosas y habiéndose comprobado la pronta que tienen estos mal llamados géneros periodísticos entre la audiencia en donde marcan opinión, lo sorprendente hubiera sido que los partidos políticos no hubieran dirigido hacia ellos sus golosas miradas y metido sus manazas con objeto de ocupar la parte de tertulia que creen que les corresponde, hasta convertir a la mayoría de estos programas en poco menos que una extensión de los “debates” partidistas, que de previsibles que son, se convierten muchas veces en insufribles.
Como recientemente algún tertuliano afirmaba, las tertulias se han convertido en programas de tavoces en defensa de las tesis de sus partidos políticos, a quienes se suponen que representan, en lugar de profesionales de los medios capaces de olvidarse un instante de su condición de hombres afines a una idea o a un partido político.
La fórmula de proyectar en los medios de comunicación lo que es propio del Parlamento, no parece que sea lo más apropiado y cabe la posibilidad de que la audiencia termine dando la espalda a la fórmula tertuliana, como está ya dando la espalda a la clase política, harta de escuchar siempre lo mismo.
Las tertulias radiofónicas o televisivas tienen su razón de ser en la medida en que la audiencia escuche formulaciones o punto de vista nuevos e independientes sobre cualquier asunto de actualidad, pero no para escuchar de forma reiterada la defensa a ultranza de posicionamientos anteriormente elaborados, condentados y cocinados los partidos políticos de turno.
A nadie se le escapa la tancia de los medios de comunicación a la hora de marcar posiciones en la sociedad, pero lo que no parece razonable es que en nombre de ese papel, los medios se conviertan en sples púlpitos de propaganda en lugar de puntos de debate y de intercambio de ideas, profesionales, lpias y razonablemente independientes.
Razonable no lo es, pero es tan real como la vida misma.
Carlos Díaz Güell es editor, consultor de comunicación y profesor de la UCM