En muchas ocasiones ante una acción provocan en nuestra alma una reacción. En ese caso, nos litan. Transforman nuestra buena voluntad los caminos tortuosos del orgullo, la vanidad o la prepotencia en seres despreciables. No hay que caer jamás en ese territorio que marca la decisión de gentes que no tienen nada que ver con nosotros. Vean el ejemplo. Explica el columnista Sidney Harris que, en una ocasión, acompañó a un amigo suyo a comprar el periódico. Al llegar al quiosco su amigo saludó amablemente al vendedor. El quiosquero, en cambio, respondió con modales bruscos y desconsiderados y le lanzó el periódico de mala manera. Su amigo, no obstante, sonrió y pausadamente deseó al quiosquero que pasase un buen fin de semana. Al continuar su camino, Sidney le dijo:
Oye… ¿este hombre siempre te trata así?
Sí desgracia.
Y tú, ¿siempre te muestras con él tan educado y amable?
Si así es.
Y ¿me quieres decir qué tú eres tan amable con él, cuando él es tan antipático contigo?
Es bien fácil. Porque yo no quiero que sea él quien decida como me he de comtar yo. Jamás debemos caer en esa trampa. Seguro.