En “La interpretación de los sueños”, publicado en 1900, Freud describió cómo la mente gestiona la información. De esta forma, determinó lo que, más de un siglo después, sigue siendo una explicación acertada de cómo la mente recopila, utiliza y almacena la información y del modo en que este proceso se halla condicionado el trueque entre la ansiedad y la atención.El otro día me encontré de frente con Daniel Goleman. Y como quiera que la inteligencia emocional suma enteros en tiempos de zozobra anoté que en su libro hace un penetrante análisis de las diversas formas en que los seres humanos nos autoengañamos para protegernos de la ansiedad, el fracaso y el dolor. Goleman encuentra evidencias de ello en todos los niveles, desde la actividad mental individual a la dinámica de toda una sociedad. Así entendido, el autoengaño ha de considerarse un mecanismo psicológico de defensa contra los dolorosos embates del mundo exterior.
El cerebro humano es capaz de filtrar selectivamente la información que recibe, y de esa manera disminuir la conciencia de la memoria y las percepciones negativas. Este mecanismo crea un punto ciego que bloquea la atención y disminuye el pacto de las decepciones. Pero aunque el autoengaño es en la mayoría de las ocasiones beneficioso para la estabilidad psíquica y emocional, ya que su función es precisamente preservarla, a veces puede ser peligroso y perjudicial, tanto a nivel individual como social. El asunto,sin embargo, no es tan sple pues mientras se mantenga el acuerdo ético con uno mismo y la prescindible tolerancia con los demás la cosa puede servirle a quien la ejerza como un amortiguador de las inestabilidades de su vida. De todas formas la clave principal reside en que puedes engañarte lo que tu quieras siempre y cuando eso no constituya una manera sutil y planificada, desde lo más hondo de la intidad, para fastidiar a los demás o ejercer de irresponsable.