Desde hace un año, paso periódicamente un viejo pueblo castellano siete vecinos en invierno que recibe a sus ocasionales visitantes con un gran cartelón que anuncia a quienes tienen ganas de detenerse a leerlo que gracias al Plan E se va a construir en esa localidad una pista de padle para uso y disfrute ¡digo yo! de la población que aparece allí en verano, ya que doy fe que no puede ser para los vecinos censados, ya que el más joven acaba de cumplir los 63 años.
El famoso y controvertido Plan E no solo ha dejado pistas de padle, rontondas y aceras renovadas, sino unos inmensos paneles que, como dicen las características técnicas que acompañaban a la factura pro forma, están “galvanizados, electrosoldados y rotulados con abrazaderas de varilla roscada con tuercas; tornillos con tuerca y arandela cincada; correas con sotes desmontables; embalaje, transte…” En total, más de 1.500 euros valla, según precios publicados la prensa durante el pasado año a cuya cifra hay que añadir el montaje y el IVA.
Unos dicen que en total son 61.300 proyectos los financiados durante 2009 y 2010 con los 13.000 millones que el gobierno dedicó a estos menesteres, mientras otros hablan “solo” de 30.907 (debe ser durante 2009). En cualquier caso, con una u otra cifra, España se ha convertido en un inmenso solar lleno de vallas que anuncian pistas de padle construidos en la España profunda u otras obras perfectamente prescindibles en su mayoría.
Eran otros tiempos para un gobierno que hace algo más de un año no se cortaba un pelo cuando afirmaba que “los tres años consecutivos de superávit presupuestario nos permiten ahora incurrir en déficit sin poner en riesgo la credibilidad de las finanzas públicas; la entrada en vigor de nuevas políticas sociales (como la ayuda naciento) y rebajas fiscales (tanto en el IRPF como en el Impuesto de Sociedades) permiten a las familias una mayor renta disponible y a las empresas mejorar su competitividad”. ¡Pitonisos!
Digo yo que como no es cuestión de dejar a la luz pública el arma del cren, a lo mejor algún alma caritativa nos puede liberar de ver día tras día los miles y miles de grandes cartelones galvanizados y electrosoldados que parecen resistir el paso del tiempo sin perder un ápice de su color y brillo recordándonos que de no haberse gastado ese pastizal, los siete viejos vecinos de ese pueblo castellano, el que paso periódicamente, no tendrían pista de padle, pero nadie les hubiera tocado su modesta pensión.
O a lo mejor nos quieren castigar con los cartelones hasta las próxas elecciones.
Carlos Díaz Güell
Consultor de comunicación empresarial y profesor de la UCM