Hace años cayó en mis manos un libro de un tal Paul Watzlawick y que bajo el título “¿Es real la realidad?”, que puede resultar peregrino a prera vista, el autor desarrolla toda una serie de consideraciones en torno a eso que solemos llamar con ciertas connotaciones de splismo, realidad.
Aunque el ensayista se centraba fundamentalmente en problemas relativos al mundo de la semiótica, el título me resultó tan sugerente que decidí “castigar” a mis alumnos de periodismo aconsejándoles su lectura con la intención de que no me olvidaran y de que tomaran nota del nexo existente entre comunicación y realidad y en que medida la comunicación, el periodismo, ejerce una influencia más que significativa en la configuración de una agen y el concepto del mundo en el que vivos.
No se si mis alumnos tomaron nota del mensaje plícito de la obra, pero debo confesar que esa es la prera pregunta que me formulo multitud de veces cada día cuando me enfrento como lector, escuchante o espectador a un medio de comunicación.
Desde hace una semana, la veraneante sociedad española viene asistiendo con cierta dosis de displicencia, a través los medios de comunicación nacionales, al inmenso drama que están sufriendo millones de seres humanos en Paquistan y que pese a que ha sido calificado la ONU y Unicef como mucho peor al sufrido Haití hace unos meses, no alcanza ni de lejos la repercusión mediática del terremoto de la isla caribeña que, dicho sea de paso, llegó a niveles de aurora boreal.
Los bomberos del olvidado municipio con sus canes expertos en la detección de víctas han hecho mutis el foro en esta ocasión y no aparecen en telediario alguno. La tribu de periodistas españoles que en aquel entonces se lanzaron a una alocada carrera mediática llegar prero a la devastada isla, hoy se lo han tomado con una calma que para muchos resulta insultante, mientras que millones y millones de mujeres, niños y hombres se debaten entre la vida y la muerte. La vida humana en Paquistan parece valer menos que la de Haiti y con ello la sociedad española puede continuar tranquila mojándose los pies en las costas españolas, ignorante de la densión de la tragedia y solo las encuestas alcalchoferas realizadas las gesticulantes becarias televisivas permite a los comensales de espetos y fritangas confesar a modo de excusa o explicación sociológica, aquello de que existe una mayor afinidad cultural de los españoles con los haitanos.
Ya no hay conexiones en directo del espectáculo; los informativos han dejado para quinto o sexto lugar las ágenes de la tragedia; los programas en vivo convertidos en espectáculo de entonces se han tornado en silencios cómplices ahora, y pese al secretario general de las Naciones Unidas, Ban Koon, la indiferencia la tragedia paquistaní se ha convertido en moneda corriente. Con Haití nos pasamos. Con Paquistán no llegamos.
Pero no todo se ha perdido. Seguro que cuando la vicepresidenta de la Vega de finalizadas sus larguísas vacaciones organizará un periplo de diseño con medio centenar de periodistas de cámara para visitar el asolado país y hacer entrega del prer hospital de campaña en nombre del gobierno de España. Ella y sus pantalones pitillo serán tada de todos los medios. ¡Seguro!. Aunque será demasiado tarde.
En últa instancia, siempre les quedará Puerto Príncipe.
Carlos Díaz Güell es periodista, consultor y profesor de la UCM