Carlos Díaz Güell es editor de Tendencias del Dinero e innovaspain.com, profesor de la UCM y consultor de comunicación empresarial. La presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Carmen del Riego, en una reciente intervención dentro del curso “Ética, credibilidad y confianza en los medios de comunicación del siglo XXI” y en referencia al denominado “nuevo periodismo”, destacaba que debe prar el rigor, la calidad y la verdad sobre el carácter instantáneo de la información que ofrecen las nuevas tecnologías. La inmediatez que caracteriza al periodismo ciudadano “no es periodismo”, señaló la presidenta de la APM.
“No todo ciudadano puede ser periodista que se encuentre una noticia en la calle. Puede ser una fuente para un periodista, pero no un periodista”, aseguraba del Riego en su intervención. Y remataba su pensamiento afirmando que la credibilidad es lo que distingue a un periodista, que se rige unas normas éticas y deontológicas y que responde a unas demandas sociales. Eso, al menos, es lo que debería ser.
Vienen a cuento estas reflexiones de la presidenta de los periodistas madrileños la negativa explosión del uso de las nuevas tecnologías, que permiten que, aprovechándose de las redes sociales, una multitud de actores con intereses heterogéneos y no siempre transparentes irrumpan en el escenario informativo. Lo hacen con información contaminada, forzando, en muchas ocasiones, que los profesionales del periodismo modifiquen el rumbo de sus informaciones presiones inconfesables recibidas desde ese mundo “ciudadano”, muchas veces incentivado los propios medios de comunicación.
Los periodistas tienen una responsabilidad no solamente con su empresa, sino con los ciudadanos a los que va dirigido su trabajo, lo que obliga a ser especialmente cuidadoso. Además, aunque no siempre se valore así académicamente, el trabajo periodístico suele ser la prera fuente de consulta de historiadores, lo que exige mucho rigor y mucha fidelidad, tanto rigor y fidelidad como el que hay que exigir a los historiadores a la hora de transcribir la historia.
Está sobradamente demostrado que la mayor parte de las investigaciones históricas sobre el últo cuarto de siglo de ciertos países cuentan en su bibliografía con pasajes, personajes o datos extraídos de los medios de comunicación, y esa es una constante llamada a repetirse con más frecuencia en el futuro. Convertirse –quiérase o no en el prer borrador de la historia, sobre el que luego volverán otros periodistas o historiadores para estudiar si lo que se dijo tiene algo que ver con lo que efectivamente sucedió, es una responsabilidad que siempre tiene que tener presente el profesional del periodismo, que en ningún caso puede ser sustituido un “twitero” contaminado.
Historiadores y periodistas llevan, en ocasiones, vidas paralelas y actividades más próxas de lo que muchos puedan creer. Y pocos deben dudar que cuando dentro de unas décadas se escriba la historia de la crisis económicofinanciera que actualmente nos opre será prescindible sumergirse en las páginas de los medios de comunicación.
De ahí la tancia de la ética, la credibilidad y la confianza, no solamente de los medios, sino de los periodistas. De ahí la tancia de comunicar un conociento y la comprensión de sucesos, de buscar la verdad, de investigar sobre hechos tantes. A la postre, difícil es determinar con exactitud dónde empieza el trabajo del historiador y dónde termina el del periodista.
El compromiso con la verdad y el rigor intelectual deben ser una constante, y la selección de fuentes plica al investigador, sea periodista o sea historiador, de manera que el buen investigador es aquel que elige mejor las fuentes y es capaz de obtener de ellas lo mejor que llevan dentro. En eso, los grandes historiadores y los grandes periodistas se rigen un mismo principio: los mejores son aquellos que tienen una visión del hombre más profunda y más extensa, junto a una regla de oro que se centra en buscar la verdad independientemente de otras consideraciones.