En la Tierra a lunes, diciembre 23, 2024

La educación diabetológica es indispensable para los niños con diabetes tipo 1

La Diabetes Mellitus tipo 1 es la más frecuente en la infancia. Su diagnóstico genera mucha preocupación a los padres, que a menudo se piensan que podría haberse evitado. Sin embargo, hoy por hoy, esta enfermedad no puede prevenirse. La Dra. Amparo Rodríguez Sánchez, jefa del Servicio de Endocrinología Pediátrica del Hospital Universitario HM Montepríncipe, aconseja “no perder el tiempo y dedicarse a fondo al conocimiento y manejo de esta enfermedad porque los padres, junto a sus hijos, son un pilar básico e imprescindible del tratamiento”.

La Diabetes Mellitus tipo 1A (DM1A), también conocida como diabetes juvenil o insulinodependiente, es una enfermedad autoinmune que se caracteriza por una deficiencia absoluta de insulina. El motivo es la destrucción de las células beta del páncreas, responsables de sintetizar y segregar esta hormona cuya función es controlar los niveles de glucosa en sangre.

A diferencia de la Diabetes tipo 2, que suele aparecer en la edad adulta y se asocia al estilo de vida, la tipo 1 es la más frecuente en la infancia y sus factores de riesgo no son del todo conocidos. De esta forma, mientras la tipo 2 puede prevenirse, no es así en el caso de la diabetes juvenil.

Como explica la Dra. Amparo Rodríguez Sánchez, jefa del Servicio de Endocrinología Pediátrica del Hospital Universitario HM Montepríncipe, “la incidencia de DM1A varía según el área geográfica, la edad, el sexo y la historia familiar”. Además, añade, es posible que haya factores ambientales que en personas que presentan una determinada susceptibilidad genética puedan actuar como desencadenantes o protectores de la enfermedad.

La Dra. Rodríguez Sánchez distingue entre dos tipos de síntomas. Por un lado, los que aparecen inicialmente y que son de carácter inespecífico como pérdida de peso, alteración del carácter, astenia y bajo rendimiento escolar. Hay otros más específicos y que pueden aparecer en cuestión de días o semanas, como polidipsia (sed), poliuria (aumento de la cantidad y frecuencia de micciones), enuresis (orinarse en la cama) y polifagia (aumento del apetito).

“Habitualmente, es la presencia de poliuria, polidipsia y pérdida de peso la que nos lleva a sospechar la enfermedad”, explica la Dra. Rodríguez Sánchez. El diagnóstico es sencillo, basta realizar un análisis de sangre o de orina para determinar el nivel de glucemia (azúcar en la sangre) o la presencia de glucosuria (azúcar en la orina).

Es importante que los padres acudan al médico si detectan alguno de estos síntomas ya que “si la enfermedad progresa sin tratamiento, en pocos días el niño puede llegar a estar muy grave con vómitos, deshidratación e incluso coma. Es lo que conocemos como cetoacidosis diabética, un cuadro grave y potencialmente mortal”, advierte la especialista.

Tras el diagnóstico, estos niños requieren ingreso hospitalario. Allí recibirán el aporte intravenoso adecuado de insulina y fluidos. Superada esta fase, se pasa al tratamiento crónico que se sustenta en tres pilares básicos: Alimentación: normocalórica, saludable, racionada en hidratos de carbono y adaptada en lo posible a las preferencias del niño; insulina subcutánea: puede administrarse mediante inyecciones diarias o bomba de infusión continua; y ejercicio físico: regular, progresivo y adaptado a su edad y aficiones.

A todo esto hay que añadir diariamente la realización de múltiples controles de glucemia capilar que permitan adecuar el tratamiento en cada momento.

Por todo ello, es muy importante que tanto el niño como sus padres alcancen el máximo conocimiento de la enfermedad antes de abandonar el hospital. Es lo que se conoce como “Educación Diabetológica” y de ella se encargan el pediatra endocrinólogo, la enfermera especializada en diabetes infantil, auxiliares y dietistas. “El niño no se puede ir a casa hasta que los padres y el propio niño, si su edad lo permite, ‘aprueben con nota la asignatura de Educación Diabetológica’”, insiste la Dra. Rodríguez Sánchez.

Un adecuado tratamiento de la enfermedad permite que el niño lleve una vida normal en todos los aspectos. Además, a largo plazo, un buen control evitará la aparición de complicaciones como la oftalmopatía, la nefropatía, la neuropatía o la enfermedad aterosclerótica.

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