Indignado es poco. Así me siento cada vez que pienso en la ‘maravillosa’ gestión de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) en la crisis de su seguro médico. No ha sabido luchar por un seguro que no era un privilegio, como muchos se han cansado de repetir (sin saber que los periodistas pertenecientes a esta asociación no tenían Seguridad Social. Ésta era su Seguridad Social, cuya partida se completaba con una cuota extra y copago) y lo ha acompañado con una desinformación que, a día de hoy, sigue siendo la tónica de una entidad que perderá a muchos de sus asociados en los próximos meses.
Y no soy el único que lo piensa. En lo que llevamos de año he asistido dos veces a dos consultas en la Fundación Jiménez Díaz y en las dos me he encontrado con personas perdidas y desvalidas y con versiones e informaciones que nada tienen que ver con la de la propia APM… Pero empecemos por el principio, cuando a mediados de diciembre la Comunidad de Madrid eliminó la partida que destinaba a la asociación en concepto de seguro médico (repito, el mismo dinero que tendrá que destinar para que los 11.585 asociados y familiares vayan a la Seguridad Social).
El PSOE se dio cuenta tarde del error que había cometido al eliminar esta partida y firmó una prórroga de seis meses para que la transición a la Seguridad Social no fuera tan repentina, también para evitar que enfermos de gravedad tuvieran que dejar de forma súbita sus tratamientos y esperar a ser derivados. Así que tras esta citada prórroga el límite se puso en el 30 de junio: los tratamientos comenzados hasta el 31 de diciembre de 2015 tendrían continuidad hasta ese momento. A partir del último día del año pasado no se podrían comenzar otros nuevos. Hasta aquí bien. El problema vino a partir de ese momento: la APM prometió que se buscaría un seguro que clonaría al que le había acompañado durante toda su historia. Y encontró el de la MUSA: mucho más caro y con menos coberturas (vale que tenga seguro dental y se haga extensible a toda España, pero no es lo mismo).
Una de esas personas de mi primera visita a la Fundación Jiménez Díaz era una anciana de unos 70 años que preguntaba si con el nuevo seguro podría seguir acudiendo a una determinada doctora que la había atendido durante los últimos años. La persona que la atendió le respondió que no, que la cobertura de la MUSA no iba a ser del 100% con respecto al ya casi extinto seguro de la APM. Si acaso del 97%. Casualmente la profesional sanitaria que necesitaba esa anciana no se encontraba en ese 97%. Tampoco trabajaba para la Seguridad Social, así que, si quería, tendría que visitarla abriendo su cartera.
Las dos personas con las que me crucé en mi posterior visita formaban un matrimonio, también de ancianos, que no sabía muy bien cómo cambiar una cita que habían concertado antes de final de 2015. Por cuestiones personales no podían acudir en marzo y querían hacer el cambio para una fecha posterior. Pero no pudo: sin que la APM hiciera una comunicación oficial a sus asociados, ese matrimonio y yo tuvimos que enterarnos por ese recepcionista que el límite ahora estaba en el 31 de marzo para ‘nuevas citas’ y que la Fundación Jiménez Díaz no daba ya fechas a posteriori, aunque formaran parte de un tratamiento. El pobre matrimonio tuvo que irse compuesto y sin cita a su casa.
Sabiendo este dato de marzo, días después tuve que volver para cambiar una cita como consecuencia de una prueba médica que tenía que hacerme y que no llegaba a tiempo para la fecha que me habían dado. Pedí el cambio para antes de ese 31 de marzo, pero me lo negaron por considerarse ese cambio una ‘nueva cita’. Así que también me quedé compuesto y sin poder realizar la prueba ni acudir al especialista que me tendría que haber dado los resultados que determinarían si tengo o no cierta enfermedad. Mi periplo ahora es el siguiente: ir a mi médico de cabecera, que éste me pida el cambio de hospital para poder volver al mismo especialista, que me llamen de ese hospital para una primera cita en la que contar por qué quiero el cambio, que de ahí me manden al especialista y que éste me pida la prueba o que me manden directamente a la prueba y, por último, volver al especialista para que me dé los resultados. Y, si quiero acelerar este proceso: “hazte de la MUSA”.