Toma partido, la nueva apuesta política de Cuatro se estrenaba la noche de ayer con una discretísima audiencia de 3,3% de share y 600.000 espectadores, la mitad de lo que marcó si antecesor Gym Tony una semana antes. Un sonado fracaso que se explica fácilmente por el esperpento que se vio anoche en las pantallas del canal de Mediaset. Éste es nuestro análisis.
Toma Partido es una suerte de debate de Gran Hermano reconvertido en el rosco de Pasapalabra y con cuatro tertulianos pasados de revoluciones en un ring dialéctico sin rumbo fijo. Un programa tan malo que hasta Miguel Ángel Oliver, uno de los pocos profesionales que mantenía su caché informativo en Cuatro, se ha dejado arrastrar por el fango que vimos anoche. Es normal que Oliver, acostumbrado a contar noticias, se haya visto sobrepasado por un formato que nadie entendió.
La dinámica es muy simple -aunque luego es difícil comprender a quién se le ocurrió que esto podía tener éxito- cuatro tertulianos hiperventilados cada uno situado en un atril opinando respecto de preguntas políticas cerradas, siempre dos de izquierdas y dos de derechas. En la izquierda se situaron Cristina Fallarás, que se ha convertido en habitual de Telecinco y Ernesto Ekaizer, quien con un currículum envidiable demuestra que está en horas muy bajas como para aceptar la invitación de acudir a este esperpento catódico-político.
En el lado de la derecha quedó Miguel Angel Rodríguez, incluso más pasado de rosca que lo habitual y Ketty Garat, una convencida periodista del PP –cronista parlamentaria de Libertad Digital- que se convirtió en la más comedida de los cuatro. Una vez hechas las presentaciones se dio paso a las preguntas del tipo ¿Será Pedro Sánchez presidente o ¿Merece Mariano Rajoy haber sido declarado persona non grata en Pontevedra? Y luego ¡Sorpresa! Los dos de izquierdas votaban siempre a favor y los dos de derechas en contra y viceversa.
Y después de plasmar el voto en la pantalla del atril venía lo mejor (o lo peor según se mire): el debate. Y ahí sin ningún control -y ante un Miguel Ángel Oliver que prefirió parapetarse en vez de intentar coordinar las intervenciones- cada uno opinaba lo que le daba la gana. El ganador sin lugar a dudas fue Miguel Ángel Rodríguez, acostumbrado a estas lides y muy cómodo en el formato, que increpó verbalmente a voces y con los brazos permanentemente en alto a todo el que se puso por delante.
La única que le pudo seguir medianamente el ritmo fue Cristina Fallarás que siempre fue su antagonista y en parte pudo contener el ímpetu del ex portavoz de Aznar. Rodríguez, que ha sido expulsado de laSexta y de Antena 3, ha encontrado en Toma partido su nueva casa y un hogar cómodo. El problema es que sólo él está feliz en el formato, el resto de sus compañeros se vieron sumamente incómodos. Y de la audiencia mejor ni hablemos. El público del plató nunca entró al juego de la participación “al minuto” mientras que todo el que logró seguirles en casa cambió de cadena antes de que terminase el espacio.
Mucho tendrá que cambiar en Toma partido para que las cosas mejoren. Lo primero pasa por definir qué se quiere del formato. Si lo que quieren es hacer un debate de Gran Hermano en formato político lo han bordado, el problema es si eso le interesa a alguien más que no sea el departamento de Programas de Cuatro y claro… a Miguel Ángel Rodríguez. Por el contrario, si quieren mejorar de audiencia, lo mejor es que se replanteen todo el formato…Es sólo una humilde sugerencia.
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