“¡Nostalgia de la patria! ¡Desilusión revelada hace tiempo! Me da absolutamente lo mismo… El dónde, si es para estar sola.” (Marina Tsvetáyeva)
“España vive un momento crucial y a su vez delicado en su historia, el más importante en democracia desde la Transición.” Así comienza Albert Rivera en El País una misiva dirigida fundamentalmente a sus bases, aunque la firme dirigida a los socialistas. Y más adelante continúa justificando su iniciativa para el desbloqueo de la investidura de Rajoy: “Urge un Gobierno, urgen reformas, urge acción. …De este modo (el PSOE) podría exigir a un gobierno en minoría del PP, como haría Ciudadanos, las reformas, la regeneración y el control a la corrupción que nunca ha querido hacer el partido de Rajoy.”
Las circunstancias en las que fue concebida la formación de Ciudadanos, han hecho siempre que los pudiéramos mirar de forma benigna. Nunca, a su desconcertado líder se le ha querido juzgar con severidad por mucho que demuestre mirar sin ver y oír sin escuchar. Hasta se le ha pasado por alto la soberbia y el desdén de su medida distancia con la que ha tratado siempre a los verdaderos creadores de la formación. Pero ese desagradecimiento no es nada si se compara con el desprecio demostrado por sus votantes. Algo que se antoja de todo punto indigerible. Su ausencia absoluta de compromiso con las tan anunciadas intenciones que colocaban al aspirante contra las cuerdas, de la noche a la mañana ha variado, y aparentando imponer firmeza se ha doblegado a los intereses de quien él mismo señala como la cabeza visible de la corrupción. Aun siendo un rasgo característico de la política contemporánea, que las promesas realizadas en campaña se queden en nada, Rivera se ha distanciado diametralmente de su propio discurso electoralista, y nos ha hecho ver que la esa moral imaginada por quienes le habíamos apoyado de una u otra forma no era más que el fruto de nuestro deseo.
Por mucho que pretenda persuadirnos de lo contrario, permitir la presidencia de Rajoy es tanto como bendecir el estado actual de la corrupción. A fin de cuentas, es una evidencia que toda su verborrea ha resultado ser pose o un postureo ridículo. Una cosa es facilitar la formación de un Gobierno, que sí es su responsabilidad, y otra muy distinta entregar las llaves del país a quien te has cansado de reprobar su conducta y a quien se debería obligar a salir del cuadro. Máxime cuando los dirigentes de tu partido se han hartado de sostener cuál era su postura ante la investidura del líder de los populares.
Los políticos suelen traslucir una ausencia de consistencia inquietante, como flanes de un comedor social. La inmensa mayoría tienen la misma dignidad que un condón usado amaneciendo en la playa. Albert Rivera no es una excepción. Por mucho que pretenda refugiarse tras un abstracto sentido de Estado de Ciudadanos; es un profundo desencanto. Y su apoyo a Rajoy el testamento político de Ciudadanos. Para este viaje no hacía falta alforjas.
¡Suerte!
Antonio de La Española.