La opinión de Israel Doncel, profesor de la Escuela Internacional de Comunicación.
Más de 890 millones de personas en todo el mundo se ponen de acuerdo cada día para realizar un mismo acto que hace apenas 10 años nadie conocía. Sacan su smartphone del bolsillo y dirigen su dedo hacia ese logotipo en forma de “f”, azul y blanco, cuyo valor en bolsa supera habitualmente los 200.000 millones de euros. Las cifras cosechadas por Facebook, Twitter, Instagram o LinkedIn han llevado a que muchas empresas se lancen a la aventura de las redes sociales, sin hacerse las dos preguntas básicas de cualquier decisión empresarial: ¿por qué? ¿Para qué?
Con el ánimo de formar parte del mayor escaparate social del momento, existen marcas que viven desnortadas sus estrategias en redes sociales con el único propósito de llenar unas plataformas, olvidándose de que son solo un medio para lograr sus objetivos, y no el fin último de su trabajo. Por eso, los contenidos en general y el marketing de contenidos en particular se nos presentan hoy como la pieza clave de un engranaje que cada vez es más difícil de hacer funcionar. Tan solo una buena estrategia de contenidos puede convertir un perfil de determinada red social en un auténtico medio para apoyar y potenciar la personalidad dela marca.
Si pensamos que en redes como YouTube los videoclips con millones de euros en producción conviven con videos caseros, tráileres de películas o programas televisivos, la búsqueda de un contenido original que reclame el mayor número de visitas nos puede llevar a creaciones que se salgan por completo de la personalidad de la marca. Por eso, en la ecuación de la producción de contenidos para redes sociales debemos bajar el peso de las cifras de visitas y aumentar el del resto de factores: que el contenido sea interesante para nuestro público, que sea coherente con la estrategia de marca y, muy especialmente, que sepa adaptarse a los formatos de consumo en redes. Solo de este modo conseguiremos que Facebook, Twitter o Instagram se conviertan en auténticos aliados, y no en simples plataformas a las que “alimentar”.
La campaña electoral de Bill Clinton de 1992 acuñó el lema “¡Es la economía, estúpido!”. Quince años más tarde, las campañas políticas, comerciales y empresariales se juegan en el mundo digital y ahora el contenido lo es todo.
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