Apenas he cerrado “El pecho”, la últa broma kafkiana de Philip Roth, y no hago más que ver metamorfosis sorprendentes en el paisaje español, cambios antinaturales que escritos en el papel matinal de la prensa aparecen como fenómenos lógicos, caídos de un manzano con la gravedad madura de Newton, gestados sin picores ni manchas, sin visitas al dermatólogo ni a la farmacia de guardia.
La prera que me sobresalta es la de Rodríguez Ibarra. Recuerdo el día que lanzó aquellas dentelladas secas y calientes contra los tobillos de Maragall, al que acusó de gastar los euros de la solidaridad en gintonics y en televisión. Ahora que está a punto de poner canal como quien pone piso, este nuevo Pizarro se justifica con el gran descubriento: “vamos a hacer una televisión sin mamachichos, que para eso ya tenemos seis”. Es posible que alcance la brillante arcadia de una televisión sin televisión, de un canal sin agua, de la tele de galena. Yo, que ahora vivaqueo
La segunda la firma Puigcercós, este hombre nuevo del nacionalismo catalán. La próxa campaña para el referéndum va a ser un paseo militar. De eso se encarga el CAC, la cheka periodística que ofrecerá a los medios la fórmula y composición pura de la medicina que deben ofrecer a sus espectadores. El apolíneo tavoz de
Pero estas dos se quedan pequeñas comparadas con las metamorfosis sufridas tantos diputados socialistas que el jueves pasado dieron la puñalada mortal a los pactos y consensos de la transición. Votaron si sin taparse la nariz. Tardaremos en ver los efectos del virus que han inhalado. Quizá para entonces ya no se sienten en la cámara.
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