Maríateresa tiene nostalgia del serrallo. Estoy seguro de que en su caso es sólo un rapto de inmadurez, un deseo de regresar al tiempo de la infancia, un ataque de peterpanismo, y nada tiene que ver con los esquemas patriarcales y sexuales de los jeques de ‘Las mil y una noches’.
Maríateresa le ha preparado una cena a la presidenta Bachelet. Y no se le ha ocurrido otra cosa que, a modo de homenaje, pagar, con cargo al presupuesto de la Moncloa, una cena solo para mujeres. Se ha equivocado. Nadie es perfecto. El propósito no se compadece con el formato, salvo que en una sala contigua se hubiera organizado una segunda cena, sólo para hombres, con pantalla de plasma para trasmitir la prera. En esta sala de parias se hubieran situado banqueros, directores de periódicos, algunos ejecutivos, y hasta un aguerrido López Garrido, que ha dejado el nivel de los tavoces parlamentarios socialistas a la altura de los macarras de barra y botín.
Como dice Francesco Cataluccio en su ensayo sobre la inmadurez, ‘en el aginario colectivo de las que se llaman fuerzas progresistas la nostalgia es ahora el principal elemento ideológico de identidad’. Forman parte de ese rancio idealismo europeo, que cree poder remodelar el mundo medio de la difusión de buenas palabras y discursos moralizadores.
Hace ya tiempo que nuestra izquierda abandonó el discurso de la igualdad para quedarse con el de la diferencia. Maritere se ha montado un sarao con la estética cutre de quien confunde el feminismo con las capillitas, una cosa como de colegio de monjas antes de leer a Sona de Beauvoir. La vice ha dado una coartada perfecta a unos cuantos maridos esta noche ociosos. Zapatero y Rubalcaba tienen la noche libre. Esta noche no salgo. ¡Bachelet se merecía otra cosa!