Es el prer yeso que cae sobre el traje azul de Zapatero. Quizá en su ensismamiento mesiánico no ha percibido ese polvo blanco que se posa sobre sus hombros, como si fuesen células muertes de su cuero craneal. No hay ruido de costuras rotas que el equipo de albañiles del partido están abriendo un hueco en el suelo para encajar la mesa en la que se sentarán los chicos de la pistola y
La marea existe. Para evitarla, los dirigentes socialistas tienden a ocultar todo moviento crítico con el señuelo del 36, de la segunda república o de la guerra civil. Vierten dinero a espuertas sobre la memoria histórica, que hoy, más que una cultura, se ha convertido en una industria. En el Psoe las cosas se llevan en silencio, como si se tratara de alguna congregación de esa iglesia que tanto critican. Los antiguos dirigentes del partido guardan silencio, no brillan su valentía. Hablan o escriben cuando los embates han pasado, como para justificar su conciencia. Así, con el PP en contra, con las víctas en contra, con parte de su partido en contra, el presidente haría bien en parar ese camino ciego que ha emprendido. Zapatero haría bien en escuchar con cuidado las críticas de Mora y Díez, sin esgrir el dolor de otras víctas que le siguen, que en ese caso la grieta se puede abrir tanto que le puede permitir ver el cielo, y decir, como el ingenuo adolescente del anuncio: “¡Pues parece que va a abrir!”.















