España se ha instalado en el pollo como estilo de política, como estilo de radio, a veces, las menos, como estilo de prensa. Hemos vuelto a Goya, al de los aguafuertes. En esto, como en tantas otras cosas, algunos catalanes, más bien los que no quieren serlo, se comtan como españoles en el más duro estilo de
El pollo, como estilo, fue cosa de
Ahora ha vuelto ese estilo bronco, de manotazo en la nuca, de patada en los cojones, tan nuestro, tan dormido en estos años. Regresó en la época que Rodríguez se echó a la calle, cuando asaltaban las sedes del PP y callaban, cuando agredían a Rato y Piqué y miraban después para otro lado. Ahora los cachorros del independentismo han formado “la partida de la ra” contra Espada, contra Boadella y los Ciudadanos de Cataluña. El pollo se vende en los mercados, en la plaza que se dice aquí. Por eso el fin de semana se lo hicieron a Rajoy, calentito, y se marchó a la manifestación con el cuero asado a insultos y el olor de la pluma quemada. Ayer repitieron en Granollers. El pollo antes era espontáneo, como telúrico. Ahora se organiza con móviles y SMS. Los Montilla y compañía se miran al zapato, dicen que ellos no han sido, y añaden aquella justificación tan nuestra de “algo habrán hecho para merecerlo”. Han hecho de España un pollo permanente, embadurnado de grasa, chorreante de líquido adiposo. Antes los pollos los organizaba el populacho, o la oposición hambrienta de ministerio. Ahora se organizan desde el poder.










