Viene un día triste, aciago, con ese color quemado de los veranos mesetarios, con la paja a punto de arder en los sembrados, y los reteros derretidos a los pies de los leones, de las cortes. No es el fútbol lo que nos aflige, a pesar del rostro contrito de Aragonés, que dice adiós a la selección, a los sueños de un final glorioso, coronado los laureles. Han llegado demasiado pronto, y en mal momento. No sé si hicieron bien en creer en la fortuna del presidente, aquel que un día lo tocaba todo y lo convertía en triunfo y concordia, como si de una vez, como en los mundos de Disney, la gloria fuera de la mano de la paz, del diálogo, de los campos segados de algodón de algún lugar en el cielo.
Se ha terminado
Hoy, jueves, Rubal tiene cita con los tavoces, para preparar el terreno, para allanar el prado antes de que entre en escena el desafortunado. Debería decir que llevan meses, muchos meses, negociando. Que todo lo que hemos visto se pactó hace mucho tiempo, y que lo que vendrá está escrito hace muchas lunas. Pero la prera estafa es entregar lo que va a suceder como si fuera un futuro, cuando está ya tan atrás que no hay quien lo modifique. Ya fue. Llega a la opinión pública con un retraso de año y medio. Ese es el juego: la claudicación se cerró, ahora sólo nos queda aceptarlo. No hay más. Rendidos, volveremos a casa con la misma cara que Aragonés. Pero a ver quién les explica ahora a las víctas que sus muertos no han servido para nada.















