No lo sabía. Un cenizo le llamó a declarar como si Otegui fuera un ciudadano normal, de los del censo, un tipo con nombre y apellidos, y NIF. ¡Que pase ese tal Otegui!, grito el funcionario en la puerta del juzgado. Y el tal no estaba. Su abogada le doy el tratamiento que merece. Es como cuando se habla de las altas jefaturas del Estado y nos dicen que ha estado en tal o cual sitio cuando le pillan en un renuncio, fuera de juego, y le cubren, ‘le hacen el agua’ como dirían en Malasaña. Así que Jone, que es su abogada, dijo que le había pillado la nevada y la ventisca en Altube, es decir más en Vizcaya que en Burgos. Mandaron a los picoletos, y no había nada.
Le encontraron en Elgóibar, seguramente frente al televisor, viendo ‘El diario de Patricia’, y le pusieron en avión hacia Madrid. Y cuando llegó, la fiscalía se dio cuenta de que alguien había metido la pata. Era Otegui. Es decir, no un Otegui cualquiera, sino Arnaldo, el que se corta el pelo del flequillo con el hacha de Eta, el del pendiente. ¿Pero a quién se le ha ocurrido? ¿Quién es el inútil que lleva al rey ante la audiencia? Han llovido collejas sobre las nucas de la fiscalía. Otegui ha vuelto a casa, a su mesa camilla, en la que juega al parchís sobre el mapa de Navarra. Dicen que cuando le vieron la cara, los de la Audiencia comenzaron a mirarse como si Al Capone hubiera entrado en una reunión en la que habría de ajustar el cuello a un sicario chapucero.
Esto no debe volver a pasar. No podemos hacer este ridículo de traer a la Audiencia a la persona equivocada. Los hombres de paz no deben pasar ese trago. Debemos evitar daños futuros, como dijo el Presidente. A un hombre al que la Justicia le hace esto, hay que ponerlo de alcalde, de Elgóibar, o de León. ¡Faltaría más!
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