De Janí al paso fronterizo de Malpaso hay 10 minutos en coche. Antes de llegar vemos cómo los camiones con ayuda humanitaria se agolpan en el paso. Todoterrenos con el logo de Médicos sin Fronteras y de la Cruz Roja se apostan al lado de la oficina de aduana e inmigración. Sorteando los camiones cruzamos la frontera justo en el momento en el que una de las verjas oxidadas que hace de puerta se vence el peso de los haitianos que intentan cruzarla.
Continuamos la senda (que no carretera) que conduce a Puerto Príncipe. A la derecha estamos flanqueados un lago en el que podemos ver algunas embarcaciones pescando. Continuamos en ruta hacia Puerto Príncipe, la capital haitiana que pronto se descubrirá a nuestros ojos como una de las mayores devastaciones a las que hemos asistido.
Pero antes, las chozas que hacen de casa a la entrada de Puerto Príncipe hacen que nos preguntemos cómo puede vivir una familia completa ahí. Dinutas casas hechas con listones de madera y al lado, lo que intenta ser una casa a medio construir. Nos preguntamos cuál es la causa ya que los bloques de cemento se apostillan al lado de las construcciones a medias. Nos vamos acercando a la capital el aumento de gente y coches. El caos del tráfico pronto nos hace ir más lentos y tardamos cerca de una hora en llegar a nuestro destino en Bois Patates.
Pasamos delante de la Televisión Nacional de Haití. No parece que trabaje nadie en unas instalaciones en las que los cristales han sido reventados el moviento sísmico así como antenas parabólicas caídas y trozos de pared en el suelo. Finalmente encontramos la dirección del Padre redentorista Adonai Jean Juste que nos recibe con los brazos abiertos. Vemos el estado en el que ha quedado el hogar de los seminaristas redentoristas y el de los vecinos de éstos. Lo bueno que ha tenido el terremoto es que ha permitido interaccionar con los vecinos que antes no se hablaban, ahora comparten comida y espacio, un jardín lleno de tiendas de campaña.
El Padre Adonai habla con sus vecinos y generosamente nos ceden un trozo de césped para poner nuestras tiendas de campaña y Steve, el hijo mayor, nos ayuda a instalarnos.
Llega la noche (sólo son las 18 horas local) y empiezan a preparar la cena que compartirán con nosotros. En el coche hemos traído algo de comida que no queríamos comer lo poco que tienen y lo unos al arroz y las gachas que han hecho los seminaristas. A la luz de las velas comienza el rezo en agradeciento los alentos. El padre Adonai nos cuenta que si quieren desescombrar tienen que reunir dinero puesto que el gobierno haitiano, o lo que queda de él, sólo paga la mitad. Nos preguntamos cómo harán el resto de ciudadanos que no tienen para comer. La realidad nos hace enmudecer y nos damos cuenta de que tardarán años en desescombrar y terminar de recuperar los cuerpos que aún quedan sepultados bajo los escombros de lo que un día fue su casa.
Terminamos de cenar y charlamos un poco sin luz. Las velas que tienen han de encenderse cuando se necesite, el resto es gastar gastar. Finalmente nos vamos a las tiendas de campaña a dormir, no sin antes echarnos todo el cuerpo repelente antosquitos intentando evitar así la picadura de aquel que transmite la malaria.
Tras una noche que no ha sido tan mala, nos despertamos al alba y es que el padre Adonai ya está ofreciendo misa a la veintena de feligreses que han acudido a escuchar unas palabras que les den fuerza en estos momentos. Poco después nos llama el camionero para decirnos que tras haber hecho noche en la frontera no le dejan pasar si no es con un miembro de la ONG de Iberia, Mano a Mano. Así que las visitas al campamento de la Cruz Roja y de Cáritas se pospone indefinidamente, tenemos que volver a la frontera y conseguir que el camión llegue hasta su destino.
Cedemos las tiendas ya que a nosotros no nos son necesarias y ahora llegan las lluvias. Nos ponemos en marcha y tardamos en cruzar la bulliciosa capital cerca de dos horas. Desde temprano vemos cómo hacen cola para adquirir los alentos que necesitan. Camiones de la ONU y del ejército norteamericano destacan sobre los pobres coches que les quedan a los haitianos. Sin embargo, y aunque hasta los perros están tristes, empieza a notarse un cambio en la gente. Con lo poco que les queda colocan sus puestos en las calles rodeados de escombros para tratar de hacer algo de negocio que les permita ganar un dinero.
Finalmente salos de Puerto Príncipe y tras otras dos horas de lastoso camino llegamos a Malpasse, sin embargo allí estaremos parados el colapso de la senda que lleva a la frontera durante otra hora y media más, es día de mercado y eso se nota en la gran cantidad de haitianos que cruzan andando o en moto la frontera para poder hacerse con algunos productos de República Dominicana y venderlos en sus ciudades. José Luis Díaz, uno de los cooperantes a los que acompañamos, y nuestro cámara, Claudio Conforti, salen del coche para llegar andando a la aduana y solventar el problema. Lo dicho, una hora y media más tarde llegaremos nosotros.
Seguiremos informando…
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