Sebastián Cebrián, CEO de Villafañe & Asociados Consultores
Cuando se nos pregunta sobre nuestro propósito vital, personal o profesional, deberíamos poder responder a la razón por la que nos levantamos cada día; qué motiva o mueve nuestra existencia más allá de sobrevivir y, si tenemos la suerte de contar con los medios o capacidades adecuadas, que significa conformarnos sólo con cubrir nuestras necesidades y no las de otros.
La pregunta es igual de aplicable al mundo de la empresa o las instituciones… ¿cómo cambia nuestra vida si una determinada compañía, marca o institución deja de existir?. Si la respuesta de sus grupos de interés es que “no cambia nada” entonces dicha entidad acabará por desaparecer porque lo prescindible se sustituye, lo que no aporta valor se amortiza y lo que no se quiere de corazón, ni se elige ni se prescribe.
El Covid-19 ya ha mutado para siempre nuestra forma de vida. Nunca una crisis semejante había representado tal cura de humildad, tal sensación de vulnerabilidad, tal afloramiento de emociones y sensaciones, de incertidumbre, de reflexión y de tener que convivir con el sufrimiento diario de millones de semejantes que sufren o sufrimos al mismo tiempo.
Hablamos de situaciones terribles a nivel mundial como la de no poder dar la mano a un ser querido en su lecho de muerte, no poder despedirse del que se va, o dejar varios días a un familiar muerto metido en una bolsa y a la puerta de casa para que lo recojan; hablamos de héroes como los sanitarios, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, fuerzas armadas, personal de residencias de ancianos que trabajan sin descanso para salvar a semejantes sacrificando incluso sus propias vidas. Periodistas, personas anónimas que conducen un camión, trabajan en un supermercado, recogen la basura o cubren los servicios básicos que nos permiten a la mayoría mantener una reclusión obligada.
Escuchar cada día sirenas de reconocimiento que encogen el corazón, que te animan a resistir para vencer un mal que nos iguala a todos, que no distingue entre naciones ni clases sociales, que no sabe de ideologías y que sólo puede humanizarte o convertirte en una hiena sin corazón.
Los seres humanos, las empresas, los gobiernos deben escoger quiénes quieren ser en esta crisis y, sobre todo, quiénes serán tras la misma. No hay espacio para los grises cuando jarrea. Para muchos, lo más inmediato e incluso comprensible, es el camino del miedo, de la parálisis, de esperar a que otros nos ayuden. Nuestros mayores por ejemplo solo tienen esa opción porque son dependientes, igual que los niños, y es fácil entender que no sobrevivirán sin ayuda.
Los más reflexivos intentan interiorizar su nuevo rol, asumir que es lo que les toca hacer, ser responsables y mantener el equilibrio en medio de una de las mayores crisis de sus vidas. Los más necesarios son los valientes pese al riesgo que asumen por serlo. Son aquellos que reafirman su propósito vital. Son los que proyectan su existencia más allá de si mismos y piensan que hoy, más que nunca, están llamados a un fin superior que empieza por hacer lo que deben hacer para, en primer lugar, preservar la vida y la salud de sus semejantes y, en segundo lugar -hacer todo lo que humanamente sea posible para ayudar.
El poeta y teólogo islámico Rumi aseguró en el Siglo XIII que “antes de que la muerte se lleve lo que se te ha dado, da lo que tienes para dar”. El Covid-19 ha eliminado en un tiempo récord la ceguera existencial que nos impedía ver la necesidad de un propósito vital para personas, empresas o instituciones. Debemos existir por algo que nos trascienda, debemos tener una visión -qué aspiramos conseguir para nosotros y para nuestros semejantes- y debemos diseñar una misión -¿cómo vamos a hacerlo?.
Miles de seres humanos anónimos nos sobrecogen a diario con sus grandes y pequeños gestos. Es el descubrimiento de una generosidad latente, a veces hasta desconocida que ves en la expresión de un anciano que sobrevive a la enfermedad o en el sanitario exhausto que llora de emoción cuando un enfermo sale de la UCI, en los miles de gestos de celebrities, deportistas o ciudadanos anónimos que donan lo que más quieren para ayudar, gestos de un enorme amor y solidaridad hacia el resto.
Son también muchas las grandes y pequeñas corporaciones e instituciones que nos han emocionado con decisiones inauditas. Las empresas que no tengan un propósito desaparecerán, las que no sean coherentes con el mismo, también lo harán, las que antepongan el interés de los suyos al del colectivo destruirán su reputación. Afortunadamente hay muchos ejemplos de buenas prácticas antes amortiguadas por un sistema consumista y un entorno competitivo que dejaba poco espacio para la reflexión y el mundo interior.
Compañías de todos los sectores se han volcado en ser parte de la solución ofreciendo licencias y herramientas gratuitas para trabajar; ayudas económicas para las personas más necesitadas; gigabytes de datos; contenidos educativos en abierto; pagos inmediatos a pymes; mantener retribución de empleados pese al cierre de centros; donar parte de salarios; líderes difícilmente accesibles a disposición de aquel que más lo necesita. Plataformas educativas en abierto, cambio de producciones para fabricar respiradores o material sanitario; líneas telefónicas gratuitas y profesionales para todo tipo de consultas. Es abrumador. Es estar a la altura y es reforzar la reputación y existencia de quién así actúa.
Gobiernos e instituciones deberían ser también capaces de estar a la altura de las circunstancias. Se han tomado grandes y necesarias decisiones como reconvertir espacios púbicos en hospitales, dotar líneas de financiación para todo tipo de necesidades y dinamizar así la economía. Lo peor es cuando en momentos como éste escuchas discursos interesados, partidistas o ideológicos. Es abominable y causa desprecio y desafección hacia los que los pronuncian.
La reputación de los que nos gobiernan, de la oposición, de los partidos políticos y de los países en general está también en juego. Es tremendo ver la irresponsabilidad de algunos líderes mundiales que minimizan o minimizaron el riesgo, que no tomaron decisiones cuando manejaban información clave para saber el riesgo que asumían, que se burlaron de los que lo anticiparon y, de forma indirecta de los que se juegan la vida para atajarlo; de los que anteponen el interés particular al colectivo, de los que hablan antes que hacen, de los que piensan sólo en el rédito político.
Decisiones infames o, simplemente malas decisiones, se llevarán por delante empresas, líderes y Gobiernos y dañará la reputación de muchos países cuando esto pase. En el ámbito europeo, por ejemplo, decisiones timoratas para hacer frente común ante una crisis de estas dimensiones, podrían llevarse incluso por delante a la Unión Europea. Es el ahora o el nunca.
Las personas, las corporaciones y las instituciones debemos ser parte de la solución. A todos nos toca arrimar el hombro y hacerlo pensando en el bien común. El momento que nos ha tocado vivir nos transciende y debemos aprovecharlo para, desde nuestro ámbito de responsabilidad, pelear y dar un paso adelante.
Para el individuo, pudiera ser suficiente con estar en casa recluido porque eso salva vidas, pero sólo para aquel que pueda, hay que aspirar a ir más allá, a crecerse ante la adversidad, a pelear por salvar su trabajo como autónomo, a conseguir que sobreviva la pyme creada con gran esfuerzo o la de los que trabajan en la misma. Toca confiar más que nunca en los que son dignos de nuestra confianza, en los que trabajan con nosotros, en preocuparse por el que sufre, porque en situaciones adversas es cuanto se aprecia la verdadera talla de nuestra capacidad y, sobre todo, de nuestra humanidad.
Cuando el ámbito profesional está vinculado a una multinacional hay si cabe una mayor responsabilidad al poder utilizar medios y capacidades de las que otros no disponen. Se debe hacer de forma adecuada y al servicio del bien común, porque hoy, más que nunca, toca demostrar coherencia con un propósito que no puede sustentarse sólo en la obtención del resultado económico.
Las compañías en general no sólo deben proteger a “los suyos”: empleados y clientes, si no a todos los grupos de interés que se relacionan con ellos, poniendo a la sociedad civil en el foco. Los que no lo hagan dañarán las percepciones de sus grupos de interés y, lo que es más importante, no obtendrán la licencia social para operar. Muchas organizaciones deberán resetear su posicionamiento, su estrategia, verán cambiar las percepciones y demandas de sus grupos de interés, tendrán que volver a definir su ADN porque todo será diferente y se te juzgará por todo lo que hagas y lo que no hagas.
Pensemos que antes de que llegue el momento de partir de este mundo, si tenemos el tiempo o la suerte de mirar por el retrovisor de nuestras vidas, deberíamos anticiparnos a poder responder con un “sí” a la pregunta de si nuestro propósito vital ha merecido la pena. No debería haber mayor satisfacción que la de haber aportado nuestro granito de arena al desarrollo de nuestros semejantes, de nuestras sociedades o de nuestro planeta. El Covid-19 es una gran crisis y, por ello, una de las mayores oportunidades que jamás tendremos para reafirmar, redefinir o crear un propósito que nos reconozca como seres humanos o que, por el contrario, nos ampute el derecho a serlo.