El rebranding se ha convertido en los últimos años en una estrategia clave para empresas que buscan adaptarse a nuevas realidades. Sin embargo, cambiar la identidad de una marca no es una decisión menor, especialmente en tiempos de incertidumbre económica y social, donde este proceso puede suponer una evolución natural o implica el riesgo de perder la esencia y el reconocimiento de la empresa.
La transformación de CEPSA en MOEVE es un ejemplo reciente de las oportunidades y desafíos que plantea adquirir una nueva identidad de marca. En un sector donde la presión regulatoria y la opinión pública son cada vez más determinantes, la compañía ha optado por un cambio de nombre y posicionamiento que busca reflejar su compromiso con un futuro más verde, teniendo así que atravesar posibles riesgos, como la fidelidad del consumidor, la coherencia con la historia de la marca o la capacidad de transmitir con claridad el nuevo propósito.
También hay otros casos recientes que demuestran que el éxito de un rebranding no está garantizado. Facebook, por ejemplo, se convirtió en Meta en 2021 con la intención de liderar el metaverso, pero la acogida ha sido dispar y el cambio de nombre no ha logrado disociar a la empresa de sus controversias pasadas. Lo mismo le pasó a X, antiguo Twitter, que aunque es conocido por muchos por su nuevo nombre a raíz de las polémicas de su creador, Elon Mask, para otra gran parte del público sigue siendo más fácil seguir llamando a la red social por su antiguo nombre. Por otro lado, BBVA simplificó su marca eliminando apellidos regionales en 2019 para unificar su identidad global, una decisión que fue bien recibida al reforzar su imagen como banco digital y moderno.
El contexto económico actual hace que las empresas deban medir con precisión el impacto de un rebranding. La inversión en comunicación, marketing y rediseño puede ser millonaria, y el riesgo de confundir o alejar a los clientes siempre está presente. Las compañías que, como MOEVE, deciden dar este paso, tienen que tener claro que deben demostrar que su cambio de identidad no es solo un gesto simbólico, sino una transformación real en su modelo de negocio y en su estrategia de sostenibilidad en su caso.
Y es que, en definitiva, el éxito o fracaso de un rebranding depende, en gran medida, de la percepción del público y de la capacidad de la empresa para respaldar su nueva imagen con acciones concretas para que la estrategia no se quede en un simple ejercicio de marketing.
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