Papá nació en una familia acomodada que se había trasladado desde las tierras de Burgos, donde tenía, la abuela Rosario -creo recordar que se llamaba, murió antes de la civil española-, una gran fortuna heredada, en forma de casas, dinero, tierras, bodegas-… Cabello negro zaíno, pequeña de ojos oscuros, fuerza de macho ibérico, considero que falta de unos riegos divinos en su sistema neuronal y madre de una purrela que se enfrentó desde, el más pequeño que se quedó solo con un día de vida hasta el mayor de los que quedaban que tenía siete añazos…
Las Navidades cambiaron radicalmente con la llegada de la muerte de la abuela y la tan manoseada guerra civil… El abuelo, su marido, Gerardo era diseñador de ropas. había viajado por todos los países del mundo, aprendiendo a cortar en Londres -corte inglés-, luego se marchó a México, donde a buen seguro tendré familia genética, porque de aquella ser español, significaba ser un macho ibérico, que se enrollaba con todo lo que se movía… Pero, volvamos al relato. Mi padre, al que llamaba Chunari, era mi mejor amigo y confidente, fui compañero de sus aventuras de niño y de sus desventuras de infante… Obligado a ser apartado de su padre y hermanos para llevarlo a Valencia para salvarle de las bombas que caían en Madrid… Por cierto, cayeron más bombas en la ‘Niña de los Lunares’ el edificio de Telefónica en la Gran Vía de Madrid, que en el bombardeo taurino de Picasso. Evacuados les llamaban a estos niños que entregaban como esclavos a los que decían recogerlos para darles protección… Ahorraré esta parte, porque da para un libro de los de Pedrojota inspirado -150.000 páginas de pulcra historia de la realidad social, política, mujer, empresa, niños… del momento histórico a tratar-.
Mi primera experiencia con los Reyes Magos, que Papá Noel, era el del jamón de york -jamón Noel- y un gordo sospechoso de color verde, como el Grinch…
Me contaba Chunari que después de la guerra no les quedó nada, la mitad de la familia, vivían o eran madrileños y murieron de hambre, de tosferina, de pulmonías, de más hambre de mondas de patata o cáscara de naranja como lujo de cena. “Llegó la Navidad y le pedí a los Reyes Magos que me trajesen una bicicleta para poder salir de allí. Me trajeron una caja de cartón con dos ruedas tuertas. Al momento vi pasar a uno de mis vecinos, que sus papás estaban vivos, montado en una bici reluciente, con los pedales que parecían de plata, el manillar, un pito… Y cerré los ojos, apreté los puños… deseé que se cayese de la bici… Era injusto… Un ruido estruendoso en mi cabeza y la maltrecha rueda se salió del eje y me quedé sin Reyes” . Y, continuó: “Jamás he vuelto a envidiar a nadie. Nunca he deseado nada malo para nadie… Ésta experiencia me enseñó de por vida”.
Mi segunda experiencia fue escribir la Carta a los Magos de Oriente. Había que ir a El Corte Inglés o a Galerías Preciados a entregar la carta de marras, que venía a decir: “Hola queridos Reyes Magos. Me llamo Pedrito y tengo 6 años. En el cole no me entienden. En casa menos. Los vecinos me llaman el hijo puta del sexto, aunque me quieren… Dicen que soy travieso pero no malo… Y quiero que le traigáis a mi Papá un Mercedes último modelo, más grande que el Seiscientos que me vomitan los otros tres siempre encima… A mi Mamá una lavadora nueva, una plancha de vapor -los anuncios y la sociedad no daban para más-. La publicidad era de traca e invitaban a escribir así. Pediría para los retrasados de mis ex hermanos y para vecinos, primos cercanos, regalos y entenderes… Luego venían las peticiones sobre mis preferencias: “Un Madelman con miles de cosas y coche, una bici para mi hermana, miles de paridas más de la tele de entonces”… Resultado: En casa vivía un vecino que se llamaba José Fernández Calatayud que era el secretario del ministro, cambiaba el ministro de turno, pero no el secretario. Y todos los años me escribía una carta de flipar. Me ponía de vuelta y media, me culpaba hasta de la crisis del petróleo del momento y de la destrucción de la doctrina en la que me enseñaban: cristianismo a palos… Prefería ser el tonto de la clase a demostrarles que mi cerebro no tenía límites como los de ellos…
Ha pasado una vida desde que Papá me contó lo de la rueda. He vivido casi cuarenta años de navidades sin él… Sigue siendo lo mismo. El niño de la rueda, el hijo puta de la bici, el que tira la casa por la ventana y el que la ve caer… Tengo dos hijos que pasarán estas navidades en Tailandia… Nunca les dije que escribieran cartas a nadie… Pero tuvieron claro que sus juguetes eran limitados, que compartían su fortuna con niños a los que no conocían, pero a los que su Papá ayudó siempre… Nunca celebraré la llegada del Niño Jesús -aunque no me crea el montaje- mientras un solo niño pase necesidad, no tenga comida o sus sueños sean perturbados por un violador de estos…
Algún año lo pasé con los sin techo del Padre Ángel… Hoy, después de verle repetidamente en segunda fila de Pedro y Begoña, me iré a cenar con los de Paiporta…
Chunari colgado de mis sten o no sten, vivirá siempre como una luz de enseñanza, que no aprendió para ser padre, ya que no lo tuvo, no pudo ser hijo, no quiso ser marido y dudo de ser humano.
Feliz Navidad
pedro de aparicio y pérez de Lucentis.









