En la lista 10 Estrategias de Manipulación de Sylvain Timsit (erróneamente atribuida a Noam Chomsky) se incluyen métodos y consejos para potenciar la parte emocional de diversos mensajes con el objetivo de dinamitar el sentido crítico y analítico de los que los reciben. La lista se publicó en 2002 y 15 años después, en la actualidad, ya manejamos con mayor o menor soltura un término que define estas prácticas: posverdad.
La posverdad, tal y como reza la definición aceptada globalmente, “describe una situación en la cual, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y las creencias personales”. Por acercar un poco más la definición al mundo práctico y periodístico, las fake-news, las verdades alternativas y los bulos se refugian bajo el término posverdad.
El fenómeno de anteponer lo emocional a lo racional ha sido artífice indirectamente de varios sucesos con gran trascendencia en el escenario político y social: el Brexit, el ‘No’ de Italia a la reforma constitucional de Matteo Renzi, el crecimiento de partidos como Frente Nacional (Francia) o Partido de la Libertad (PVV, Holanda), el rechazo a la paz con las FARC en Colombia… Sin embargo, el ejemplo más representativo de lo que las noticias ficticias, las verdades alternativas y los bulos pueden hacer se encuentra en la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses.
Cómo combatir la mentira y las “burbujas informativas”
Durante el período que abarcó el proceso de la elección del presidente en EE.UU., las mentiras (al fin y al cabo fake-news, verdades alternativas o bulos son sólo eufemismos para no llamarlas por su nombre) camparon a sus anchas entre la población norteamericana, y el canal por el que circulaban fueron las redes sociales. Aquí entran en juego dos variables que facilitaron la victoria al candidato republicano: la dificultad de los ciudadanos (todos, no sólo los estadounidenses) para combatir la mentira y que la mayoría de los usuarios, en redes sociales, se mueven en lo que se llaman “burbujas informativas”.
Haciendo referencia a la primera cuestión, Albert Medrán, director de comunicación de Change.org en España, comenta en el último número de la revista UNO, de Llorente & Cuenca, que “nuestras sociedades siguen sin ofrecer mejores herramientas educativas para discernir la verdad de la mentira. Vivimos en sociedades con niveles de lectura ínfimos, con programas educativos acosados por los recortes y en los que lo online apenas ha entrado en el aula”. Medrán continúa: “Si no nos educamos, somos vulnerables a la mentira. Podemos estar alfabetizados, pero seremos unos ignorantes”.
En cuanto a las “burbujas informativas”, tal y como las describe Victoria Prego en la misma revista, es necesario aclarar que la población actual, en gran parte, ha decidido relegar a los medios de comunicación a un segundo plano y ya no se utilizan como intermediarios entre la información y el ciudadano. El problema en este sentido es que ahora la información viaja por las redes sociales y los algoritmos de algunas de ellas, como por ejemplo Facebook, sólo muestran al usuario las que quieren ver, las que refuerzan “sus aficiones, sus intereses y sus opiniones”, en palabras de Prego. El usuario se encierra así en una burbuja informativa y las informaciones falsas que da como ciertas se reenvían hasta el infinito a “aquellos con los que comparte su particular burbuja”, dice la presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid.
Como puede verse, este escenario es muy beneficioso para la actual administración estadounidense, que directamente denomina a los medios de comunicación tradicionales como “la oposición”, tal y como recuerda Rosa Townsend, columnista en The Miami Herald, en la revista UNO. La estrategia del presidente de los Estados Unidos está clara para la periodista: Trump pretende “sustituir la realidad objetiva por una alternativa, silenciar a los principales medios de comunicación y purgar toda disidencia”. Los ciudadanos quedarían, pues, a merced de un presidente que ha vertido 132 mentiras sólo en su primer mes de mandato, según The Washington Post, y cuya asesora, Kellyanne Conway, llama “hechos alternativos” a una simple y burda mentira.
No es tarde aún para el Periodismo
Aunque sobre el Periodismo se ciernan negras nubes, todavía puede prestar batalla en la era de la posverdad y su defensa frente a ella es el fact-checking, de acuerdo a lo que José Antonio Zarzalejos, exdirector de ABC, propugna en la mencionada revista. Para Zarzalejos, “la nueva comunicación y el nuevo periodismo van a centrarse no tanto en contar […] sino en verificar”. Añade que “el chequeo de datos, de las tesis de los discursos y en la proactividad informativa para detectar en ellos falsedades y destruirlas y desproveerlas de cualquier reputación” será la manera de hacer nuevo Periodismo. El periodista, además, encara la necesidad de volver “al relato veraz, contener el sentimentalismo, apaciguar y moldear los peores instintos y proclamar la superioridad de la inteligencia sobre la visceralidad”.
¿Cómo llevar a cabo la hazaña? Como no hay nada nuevo bajo el sol, Adalberto Palma, director ejecutivo de The Aspen Institute México propone retrotraerse hasta las 12 Reglas para la Dirección de la Mente de Descartes, teniendo en cuenta “el poco tiempo para el análisis y una masiva competencia en la producción de información noticiosa y con la inmediatez como referencia”, en palabras de Palma. Entre las reglas para el buen hacer periodístico que recoge Palma en UNO que podemos extrapolar destacan “ocuparse de aquellos temas en los que tengamos la competencia de conocer su certeza fuera de toda duda”; “opinar con claridad, evidencia y certeza” y “no pasar por encima de lo que no se comprende sino detenerse en tal cuestión hasta lograr su compresión”.
El Periodismo, nunca ha de olvidarse, es el mayor garante de defensa y protección de la Democracia, también cuando en posverdad nos movemos. El Periodismo ha de ser, empero, libre e independiente. Los medios, por tanto, no deben perder nunca de vista que su misión principal es que “el ciudadano pueda contrastar la veracidad de la información y encontrar espacios de expresión”, según dice Eduardo A. Quirós, presidente del Grupo Editorial El Siglo & La Estrella de Panamá, en la revista UNO de Llorente & Cuenca. Indica, asimismo, que los medios de comunicación también deben poner de su parte: requieren autocrítica y elevar los códigos que aseguren la confianza y credibilidad de sus audiencias.
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