La promesa de una conexión emocional con el trabajo fue durante años el gran mantra de los departamentos de comunicación interna y recursos humanos. Se hablaba de propósito, pertenencia y orgullo de marca como pilares para construir cultura corporativa y reforzar la marca empleadora. Sin embargo, últimamente la desvinculación emocional, causada por los bajos salarios y la explotación laboral, invitan a preguntarse si el tan ansiado engagement sigue siendo una aspiración realista o si es en realidad un espejismo corporativo.
Según el informe “State of the Global Workplace – 2025 Report“, de Gallup, en España sólo sólo un 9% de los trabajadores dice estar comprometido con su trabajo y el 37% dice sentirse estresado, un 21% haber sentido ira, un 20% tristeza y un 16% soledad. Estos datos demuestran que la narrativa corporativa de “somos una gran familia” choca con entornos laborales que priorizan métricas de productividad sobre bienestar.
En este escenario, la comunicación interna adquiere un rol esencial: no solo como emisora de mensajes, sino como mediadora entre la organización y su gente. Cuando se ejerce con criterio estratégico, puede detectar señales tempranas de desgaste, canalizar preocupaciones reales y traducir la visión de la compañía en conversaciones significativas. Lejos de limitarse a replicar consignas, su verdadero valor está en fomentar un clima de confianza, mantener el pulso emocional de los equipos y contribuir activamente a la construcción –o reconstrucción– de un vínculo honesto con el trabajo.
Las marcas empleadoras que más han calado son aquellas capaces de alinear el discurso con la realidad, pero mantener ese equilibrio exige un trabajo constante. El problema surge cuando el relato corporativo se antepone a la experiencia del empleado; muchas compañías comunican lo que quieren ser, pero no lo que realmente son. Aquí los dircoms tienen que crear una conversación genuina, bidireccional y constante con los empleados. Más aún con las nuevas generaciones, que no están dispuestos a permitir ciertos ambientes laborales y reclaman transparencia, autonomía y una narrativa que no romantice el sacrificio laboral.
La desvinculación emocional no es un fracaso de la comunicación, pero sí un síntoma de que muchos relatos han perdido contacto con la realidad interna. ¿Significa esto que debemos renunciar al engagement? No necesariamente, pero sí reformularlo. Ya no se trata de aspirar a la conexión emocional total y permanente, sino de crear vínculos honestos y sobre todo relaciones laborales que no dependan de una épica forzada. En lugar de fidelizar con grandes discursos, quizá el reto esté en comunicar desde lo pequeño, lo cotidiano y lo tangible. La marca empleadora debe aspirar a respetar y a motivar.
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