‘Mejor morir con honor que servir con ignominia’ (Marco Tulio Cicerón)
Digamos que con el asesinato político del pintoresco Antonio Miguel Carmona se cierra definitivamente el ciclo del tomasismo. En su dilatada carrera política ninguna cualidad ha sido tan sobresaliente en el de Malasaña como la de metepatas; extraña habilidad que ha otorgado al teleñeco socialista una posición relevante dentro del universo de su partido. Legendaria fue aquella desafortunada broma sobre el Prestige con la que nació su propiedad, “…vamos sobrados de votos. Pero, si es necesario, hundimos otro barco…”; la de un sentido del humor tan negro como el chapapote, que le obligó a presentar la dimisión como diputado regional al día siguiente.
Pagó el precio cuando pasó largos años reptando por la FSM hasta que logró agarrarse a Tomás Gómez para volver a ser diputado en 2011. Pero sin duda alguna, lo que le hizo más popular fue su condición de contertulio habitual de los debates televisivos. En todos ellos explotó su personalidad de “agradaor” destacando siempre por esa demagogia incombustible que regala oídos a la audiencia constantemente. Mientras crecía como simpático teleñeco continuó engrandeciendo su fama de metepatas dotado de una voluntad que parecía inflexible en el empeño, casi maniática, por meterla hasta el corvejón. Así fue cuando, con total indiscreción, se jactó de haber sido teledirigido por Griñán a impulsos de whatsapp en un debate sobre los ERE. Agrandando la figura cuando le grabaron, en el colmo de la espontaneidad, largando que Gómez y él intentaban meter gente en los medios a toda costa, y, ensuciando al entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, “ha pedido dinero a muchos presidentes de las empresas que cotizan en el Ibex”. Pero esa índole incendiaria que le lleva a quemarse a lo bonzo, es parte del encanto de la idiosincrasia de quien ya en la última etapa televisiva, llegó a resultar entrañable haciendo gala de un optimismo macizo cuando, aparentemente, no conseguían tumbarle el ánimo la premeditada falta de financiación ni el abandono medido al que le sometió la dirección federal durante su campaña, ni menos aún parecían alterarle los sondeos que, de forma contumaz, más despreciaba cuanto más se mostraban desfavorables a sus aspiraciones electorales.
Su teatralidad durante el congreso madrileño queriendo salvarse ante la que se le venía encima, manteniéndose equidistante de las dos candidaturas, de nada le ha servido. Él, ya estaba instalado en la desesperación cuando barruntaba que el secretario general, de nuevo, dejaría entrever las suciedades de su partido sin ningún rubor. Y, lamentablemente para su suerte, estaba en lo cierto.
Las órdenes a Sara Hernández han sido claras y despiadadas. El ensañamiento ha sido patente. Después de haberle dejado vivir durante setenta días entre el miedo y la esperanza, en el paréntesis de portavoz sin soberanía al servicio del ordeno y mando de la dirección federal, se ha ejecutado vendetta volando de forma fulminante la última cabeza visible de unos intereses moribundos que ya no eran ni causa. La factura ha sido sobradamente satisfecha.
Al profe de economía de la Universidad CEU San Pablo, enardecido que en una singular “pim, pam, propuesta” pretendía devolver las batallas navales al estanque de la Casa de Campo, le han metido un cañonazo y le han hundido el bote de remos en el que continuaba navegando como si tal cosa después del naufragio electoral. “La Dirección General me quería abatir”, “no doy una batalla por perdida”, ha manifestado en unas primeras declaraciones efectuadas sin cálculo ni oportunismo. Es lógico que en su desesperación realice un desnudamiento total convertido en una máquina de llorar, lanzando órdagos sin el menor empacho y enloquecido con contar “la verdad” sin tener en cuenta que nadie de su dotación le brindará apoyo, pues “los compañeros” en el mejor de los casos son como él; expertos en flotar entre dos aguas. Eso cuando no son buitres desaprensivos que pretenden alimentarse de la carroña de su cadáver.
Tal vez lo más significativo de este desquite personal sea que Pedro Sánchez cada vez que actúa ilumina sus vicios. La democracia interna para él no es más que una molestia que no duda un instante en hacer saltar por los aires. Había que cargarse a la oposición madrileña y primero fue Gómez y ahora este hombre vehemente, temerario y fanfarrón que no hacía daño a nadie y servía a los intereses de su partido sin rechistar. La excusa para abrir fuego sobre el muñeco de “pim, pam, pum” no se sostiene. Los catastróficos resultados obtenidos el 24-M, que le inhabilitan para cualquier liderazgo y le pulverizan como amenaza, no constituyen precisamente una excepción socialista en las principales ciudades. ¿Por qué había que castigar con tanta severidad al portavoz madrileño?, ¿cuantas cabezas por esa regla de tres tendrían que haber rodado en el PSOE?
En contra de lo que piensa el simpático Antonio Miguel Carmona hay asuntos como la verdad que no interesan a nadie, ya nos dejó escrito Isak Dinesen: “la verdad es para sastres y zapateros”. Aunque, fundamentalmente lo que deja sin coherencia su reacción, y debería tener en cuenta, es que cuando decapitaron a su líder y amigo Tomás Gómez, albergando esperanzas de ser alcalde, con su comportamiento fue corresponsable de la política interna de ajuste de cuentas en su partido. Entonces debió recordar el pensamiento de Cicerón. Ahora ya es tan tarde que hasta su insumisión a la dirigencia resulta peripatética.
Antonio de La Española