La facilidad con la que el aparato del palacio de La Moncloa tergiversa los mensajes del presidente en el momento de su emisión es prodigiosa. Les ocurrió con los 400 euros, y ha vuelto a pasar con el arrebato familiar de Zapatero en Toledo. Arrojado del caballo la luz que emite su menudencia el cardenal Prado desde su residencia en la ciudad perial, Zapatero se ha descubierto defensor de la familia, de los valores tradicionales, y de las virtudes económicas de una unidad social fundamental sin la cual no habríamos resistido ni una sola crisis.
Ha llegado a la creencia de los valores de la familia, pero se le ve torpe, como sin gnasia de calentamiento. Los preros mensajes decían con el marchamo de la urgencia, que se iban a regalar veinte mil euros a las familias numerosas, y quince mil a las que no lo fueran. Luego el mensaje cambió, y ya no era lo que se prometía sino algunas ayudas para pañales y subvenciones de la Seguridad Social. ZP vuelve a tropezar en la comunicación, y sus mensajes caen en suelo estéril. El contribuyente se pregunta qué no ha hecho todo esto si ha tenido cuatro años para ponerlo en práctica. ¿Por qué tiene que esperar a ganar las elecciones si ha tenido el BOE como arma legislativa?
La vida política de Zapatero termina como empezó: en la provisación. Confiado a su suerte, ha creído que los dioses le sonreirían si dejaba de planificar para pasar a la acción directa en función de la circunstancia de cada momento. Y comienza a intuir, nervioso, que no basta, que tiene que poner más dinero sobre la mesa para que se note que su apuesta va en serio.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA
